El gobierno de Alfonsín, tenía detrás de sí una fuerza nueva: la civilidad que había votado su propuesta de construir un Estado de Derecho, al cual los poderes corporativos (FF.AA., Iglesia y Sindicatos) deberían someterse y consolidar un sistema político que resolviera los conflictos de una manera pacífica, ordenada, transparente y equitativa. La civilidad vivió la euforia y la ilusión de que la democracia por si sola resolvería los problemas económicos y sociales imponiéndose pacíficamente a los poderosos intereses establecidos que se le oponían.
Hoy, los argentinos parecemos olvidar tal desafío y no terminamos de comprender que 28 años es muy poco tiempo en la vida de una nación y que esta joven democracia necesita consolidarse diariamente con el compromiso de todos y cada uno de los ciudadanos que la integran.
Tenemos en estos tiempos el derecho pero también la obligación de reivindicar al hombre como sujeto y no como objeto, el hombre como ser libre, independiente y comprometido con el destino de su país, nuestro país.
En este contexto, los partidos políticos debemos recuperar credibilidad, desde los valores, la ética y la buena moral de quienes lo integran, los jóvenes tenemos el mandato generacional para enfrentar este desafío.
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