"Una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser o grande o democracia.."

sábado, 18 de junio de 2011

18 de junio de 1918 Año de la Reforma Universitaria



93 AÑOS DE LA REFORMA UNIVERSITARIA

"La Reforma Universitaria de 1918 es el hecho que más asociado ha quedado a los logros del gobierno radical en favor de la clase media. Más tarde dicha Reforma, repercutiría enormemente en los movimientos universitarios de toda Latinoamérica; sus orígenes, empero, fueron los prosaicos conflictos que tuvieron lugar a comienzos de siglo entre la élite criolla y los nuevos grupos de clase media en torno al acceso a las universidades, y, más allá de éstas, a las profesiones liberales urbanas. De manera que la Reforma Universitaria estuvo íntimamente vinculada al fenómeno general de la tensión social entre los grupos de clase media, producto de la restricción al crecimiento industrial en la economía primario-exportadora.

En 1918, primero en la Universidad de Córdoba y luego en otras Casas de Altos Estudios, hubo una sucesión de huelgas estudiantiles, algunas de las cuales alcanzaron violentas proporciones. Su objetivo era que se modificaran los planes de estudio y se pusiera fin a la influencia escolástica y clerical en la educación superior. Los reformadores presentaron sus ideas en términos de una filosofía de la educación y la sociedad marcadamente distinta de la del pasado, popularizando por vez primera la democracia educativa y la participación de los estudiantes en el gobierno de las Universidades.

Aunque el gobierno radical se encontró en un estado de irremediable confusión cuando intentó satisfacer los objetivos más metafísicos de los estudiantes, lo cierto es que tomó medidas positivas en respuesta a sus demandas más concretas. Tras prolongadas negociaciones entre los funcionarios y los líderes universitarios, se simplificaron los criterios de ingreso y los planes de estudio sufrieron importantes modificaciones; pero el paso más trascendente que dio el gobierno fue la creación de nuevas universidades que ampliaron las posibilidades de los grupos de clase media de recibir educación superior.

Así pues, en 1922 estos grupos habían llegado a ocupar una posición política muy diferente de la que tenían en el período oligárquico; ahora estaban plena y directamente envueltos en las actividades del Estado y se habían transformado en uno de sus principales beneficiarios. Si se exceptúan episodios espectaculares como el de la Reforma Universitaria, este cambio tuvo lugar en forma gradual, sin serios choques que pusieran en peligro la estabilidad del nuevo sistema político. En gran medida, lo que estaba ocurriendo era un efecto previsible de la ampliación del sufragio en 1912. Al conceder esto, la élite se había declarado dispuesta a aceptar una extensión del papel político de la clase media como artilugio para conquistarlo. Los problemas que planteó el nuevo sistema sólo salieron a relucir al término del período de Yrigoyen, en la depresión de postguerra iniciada en 1921. Hasta entonces los terratenientes aprovecharon el auge de las exportaciones y sus concesiones materiales a los grupos de clase media por lo general se hicieron a expensas de otros sectores sociales".



Tomado de: David Rock El radicalismo argentino 1890-1930 Buenos Aires, Editorial Amorrortu 1977

martes, 14 de junio de 2011

DIA MUNDIAL DEL DONANTE DE SANGRE VOLUNTARIO


La promoción de la donación de sangre constituye el lado humano y social de la transfusión. En esta labor, los diferentes estamentos de la sociedad tienen un papel fundamental, actuando como agentes multiplicadores y difusores del mensaje de donar sangre.
La transfusión de sangre o de sus derivados se ha convertido en una parte imprescindible en la actual asistencia sanitaria. El incremento de los accidentes, la creación de unidades de medicina intensiva, y las importantes necesidades de algunos enfermos que antes eran considerados irrecuperables son algunos de los elementos que han provocado esta demanda creciente de sangre. Estos y otros problemas también han hecho aumentar extraordinariamente las necesidades de derivados de la sangre (plasma, concentrados celulares, factores anti hemofílicos, etc.).
Una vez más la Juventud Radical Bragado se hace presente fomentando esta campaña de promoción y concientización de la importancia de ser donante voluntario de sangre.
Desde hace ya vario tiempo esta actividad forma parte de nuestro itinerario mensual, ya que no dejamos nunca de hacer hincapié en esta acción colaborando con el hospital y todo aquel que lo necesite.

¡Dar Sangre Hoy, es Dar Vida Mañana!

miércoles, 8 de junio de 2011

PROGRESISTA

POR OSVALDO ALVAREZ GUERRRERO / 2006

Para examinar la adecuación de los adjetivos calificativos con que se adornan los nombres de las personas, es preciso averiguar de quién procede tanto la denominación como la adjetivación. No es lo mismo si uno se llama a sí mismo progresista, que si a uno le asignan ese adjetivo.
En general los progresistas se autocalifican con tal apelativo. Esto no es irrelevante: es improbable que un progresista lo sea porque él así se llame. Ni siquiera porque lo intente; pero está claro que en este último caso pretende serlo, y desea que así sea considerado por la opinión publica.
Por lo tanto, no podemos asegurar que sea lo que dice ser, sino tan sólo que así quiere llamarse y ser llamado. Igualmente si el calificativo que uno lleva se lo ha puesto un enemigo, la duda sobre la objetividad de la denominación y de la adjetivación de progresista es obviamente razonable.
Los medios de prensa y muchos analistas se refieren a algunos gobiernos actuales de Sudamérica denominándolos “progresistas”. Invocan un presunto giro a la izquierda, empezando por Venezuela. Ahí comienzan las contradicciones: el teniente coronel Hugo Chávez es mucho más nacionalista que socialista, autoritario que demócrata, demagogo populista que austero revolucionario jacobino.
El sindicalista Lula da Silva, aunque tenga como ministro de Economía a un trotskista -algo así como un revolucionario continuo- en la práctica aplica medidas mucho más neoliberales que su antecesor, el sociólogo ex progresista Fernando Enrique Cardoso. Además sus principales allegados -antes extremistas de izquierda- están acusados de corrupción. Las políticas que efectivamente concretan los presidentes de Argentina y Uruguay nada tienen de progresistas más allá de sus declamaciones y una persistente e infecunda recurrencia a invocar la defensa de los derechos humanos para condenar la tragedia de hace tres décadas. Nadie puede pensar que el gobierno de Chile sea socialista. En todos los casos, se agudizaron las desigualdades sociales, culturales y económicas. El empresario cocalero boliviano Evo Morales estuvo claramente muy a la izquierda de sus rivales hasta que fue electo presidente. Veremos en poco tiempo si seguirá la tradición pragmática de sus colegas sudamericanos.
Hoy por hoy decir de alguien que es progresista no parece una identificar ideas y conductas. Ingresado al léxico político no hace demasiado tiempo, la palabra adquirió tan intensas interpretaciones equívocas que podría concluirse que con el se denomina exactamente lo inverso de lo que significan. Ese era un término usado hace unos años por algunos políticos e intelectuales para expresar, de una manera algo humillante, a las corrientes que no querían o no podían confesar su procedencia del socialismo, en algunos casos; o bien a la rotunda negativa a que los asimilasen al marxismo. Es cierto que hubo épocas en que esos calificativos podían a uno costarle la vida, y otros en que con estos se señalaba a un inquietante sujeto, al menos en el juicio de sus temerosos vecinos. Presumiendo que muchos electores no son proclives a los cambios bruscos en cuestiones económicas y sociales, sobre todo los que promueven turbadores igualitarismos en la propiedad de las cosas -entre las que se incluyen tenencias financieras, patrimonios inmobiliarios o simplemente dinero- algunos izquierdistas se inclinaban por utilizar el termino amputado de progre. Este nombre light remitía a orígenes menos comprometidos y más elegantes para un intelectual.
Definamos el progreso como un movimiento o desarrollo a través del tiempo en dirección a un determinado estado final. Los progresistas han de juzgar que todo movimiento hacia delante es mejor que una situación estática. Pero para que el cambio se constituya en progresivo ha de ser para mejor. El concepto no es moralmente neutro. De inmediato, el problema deriva a otra cuestión de superlativa complejidad, a saber: ¿qué es lo mejor? ¿Y en qué y dónde se progresa? Una teoría al respecto, sustancialmente europea, nos indica que se debería progresar en el conocimiento contra el oscurantismo, en las virtudes solidarias y en la libertad. Suele incluirse, además, una meta igualitaria, pero como acto de fe optimista.
Veamos algunos puntos de la historia conceptual del termino progreso. En castellano por primera vez se usó el termino hacia 1836. Eran tiempos agitados en España, con pronunciamientos militares, monarquías anacrónicas e impugnadas en su legitimidad dinástica. La ignorancia, la desinformación cívica, el quedantismo de la Iglesia, el atraso en las industrias y el comercio eran muestras de la decadencia. Las minorías liberales se dividieron entre “progresistas”, gente republicana de buena voluntad, y moderados”, que eran más bien conservadores. Ni unos ni otros lograban diferenciarse demasiado, e intercambiaban sus papeles de mayor o menor oposición al régimen según estuvieran más o menos lejos del poder y contaran con algún “espadón” amigo.
En Francia, Louis Gambetta, un revolucionario de las barricadas de París en 1848, se invirtió hacia el más escandaloso oportunismo, en acentuada atenuación de sis viejas ideas radicales. El oportunismo tomó finalmente el nombre de progresista: y represento una tendencia a ajustar al poder dominante un comportamiento, una actitud o una opinión, por cálculo o por interés, pero sin convicción real.
Gambetta distinguía las ilusiones y los resultados, algo que se prolongó años después en la diferenciación de Max Weber entre la ética de los principios y la ética de las responsabilidades. Claro que los resultados, para Gambetta, eran los de su propio acercamiento al poder. Haciendo honor a su apellido, su progresismo se había hecho navegable, un ideario zigzagueante, postulando la postergación sin plazos de las reformas políticas en busca del momento oportuno, que claro está nunca llegaba.
Para Marx el progreso es inevitable, provocado por el conflicto de clases, contradicciones del modo de producción capitalista. El modo asiático de producción es la excepción: con él no se progresa nada. Lo cual hace que el modelo de progreso de Marx deje de ser universalmente aplicable. Y teniendo en cuenta su carácter inexorable, según las leyes de la dialéctica materialista, muchos progresistas interpretaron había que esperar que éstas se cumplieran por sí solas, sin aportar nada que implicara peligro para sus personas.
En la Argentina, el positivismo imperante en la llamada generación de 1880, fue progresista: creía en los éxitos del comercio y la industria, de la ciencia y la técnica, que en un ámbito de orden y buena administración regidos por una elite oligárquica, conducirían, infinitamente, a la prosperidad material. Después de 30 años en el poder, la elite autodenominada progresista, corrompida y egoísta, degeneró en un sistema de gobierno cerrado, corrompido y finalmente autoritario, aquel régimen oprobioso y falaz que condenara Hipólito Yrigoyen.
El concepto resurgió ahora. Pero se ha trastornado tanto, ha estado sujeto a tanta mentira y disimulo que suele tener un significado inocuo o, lo que es peor, sólo designa una pose fácilmente mutante. La política esta hoy prisionera de la propaganda, el marketing publicitario y el éxito electoral, incómodamente voluble. Los candidatos y gobernantes se han convertido en mentiras vivientes, por lo cual los calificativos ideológicos no tienen ningún sentido.
Los progresistas en el gobierno registran dos notas de identidad: la primera, el deseo irreprimible de formar parte del sistema de poder (conformando una de sus sensibilidades posibles); y la segunda, el pragmatismo politiquero que opera como barrera de contención de los eventuales desbordes populares. Promete estabilidad a los de arriba y humanización del sistema a los de abajo, lo que termina en numerosas oportunidades por desatar la ira de unos y otros. Conforme a este prisma, el progresismo sería una técnica de gobierno que miente para asegurar y en ciertos casos profundizar las conquistas básicas del modelo económico y social vigente. De hecho, implica una suerte de articulación de intereses corporativos dominantes, lo que no está tan mal, pero se aleja demasiado de la idea original. El futuro del progresismo realmente existente está amenazado por la profundización de las crisis y la magnitud y radicalidad de las insurgencias sociales las que, debiéramos saber, no tienen en cuenta las oportunidades.
Pero hay otra cara, oculta, del autodenominado progresismo: no ofrece ningún resultado progresista, en términos tradicionales de izquierda y derecha, y en general todo el empeño de los progres está puesto en el intento de “legitimar” y fortalecer su poder personal, en ocasiones confundido con el crecimiento y continuidad de sus ingresos. Hay un aspecto, todavía intrigante, en esta cuestión de los “progresistas no progresistas”. ¿Mintieron descaradamente, cuando parecían sinceros? ¿O han sido ingenuos idealistas, delirantes fantasiosos, devenidos en súbitos realistas en cuanto a sus posibilidades, limitadas a la ardua ocupación de mantenerse en el puesto? Con excepciones, temo que en ambos casos las respuestas son positivas.